Las macromoléculas carbohidratos, proteínas y grasas son nuestras fuentes de alimentación. Un gramo de hidratos de carbono proporciona 4 kcal; de grasa, 9 kcal; y de proteína, 4 kcal. En nuestro cuerpo son oxidadas.
Se produce un proceso anaeróbico a nivel extramitocondrial: la glucólisis. Consiste en la descomposición de la glucosa, y libera poca energía. Se forman piruvato y NADH. El piruvato se oxida, creando una fuente de energía para la conversión intramitocondrial con oxígeno.
El adenosín difosfato (ADP) se convierte en adenosín trifosfato: un nucleótido que es un cofactor en muchas reacciones enzimáticas del organismo y que se utiliza en procesos celulares que requieren energía. El rendimiento de la conversión aeróbica es trece veces mayor que el de la anaeróbica. Esta última, además, tiene como subproducto el ácido láctico.
Las vitaminas del complejo B, el magnesio, el cinc y el hierro son nutrientes esenciales para el proceso dentro de las mitocondrias. La coenzima Q10 es necesaria para almacenar la energía en los enlaces entre los fosfatos del ATP. Cuando hace falta energía, se rompen los enlaces entre los fosfatos más exteriores, liberándose la energía almacenada. Así se forma ADP.
Para volver a convertir el ADP en ATP hace falta fosfato de creatina. Durante la regeneración del adenosín trifosfato se combinan dos moléculas de adenosín difosfato. La molécula sobrante se llama adenosín monofosfato. Esta está relacionada con el amoníaco (neurotóxico) y el ácido úrico (gota, reúma).
No, antes no todo era mejor, pero sí que teníamos una mejor condición física. La ingesta de macronutrientes era bastante diferente a la de ahora. La dieta de los cazadores y recolectores no consistía en un 50% de hidratos de carbono y, en cambio, es lo que se recomienda hoy en día. Este consejo se sigue con creces: el 60-75% de la ingesta calórica total proviene de carbohidratos, principalmente a costa de las proteínas. Pero es que, además, los hidratos de carbono suelen ser refinados y, por tanto, suponen calorías vacías, sin nutrientes. Comemos carbohidratos malos procedentes del pan, el arroz, la pasta y los azúcares en vez los buenos de la fruta y las verduras.
¿Qué es lo que hace exactamente que los hidratos de carbono refinados nos cansen? Cuando tomamos demasiados carbohidratos refinados, se produce un aumento muy rápido de glucemia (el nivel de azúcar en la sangre). Esto incrementa mucho también la producción de insulina, creando una situación de hiperinsulinemia. A continuación tiene lugar una reacción opuesta, y la glucemia vuelve a bajar mucho. Ahora de repente no hay suficiente glucosa en la sangre para abastecer de energía a células y órganos. El resultado es que su cliente se encuentra cansado y hambriento, y tiene una mayor necesidad de azúcar. Cuando se toma, el nivel de energía vuelve a subir temporalmente, pero rápidamente se produce otra vez hiperinsulinemia. Ya se ha creado un círculo vicioso.
Si esto se prolonga mucho tiempo, se origina una adicción al azúcar que, a la larga, puede provocar insulinorresistencia: los hidratos de carbono ya no pueden entrar en la célula y se quedan demasiado tiempo en la sangre, tras lo cual son almacenados en forma de grasa. La fatiga se vuelve crónica: la comida tiene un efecto brevísimamente estimulante y enseguida comienzan los problemas otra vez. Par romper este círculo es de la mayor importancia empezar a comer diferente (menos carbohidratos refinados y más fruta y verdura) y moverse más.
Existe un problema inmunológico adicional que se origina cuando hay un déficit crónico de glucosa. La carencia hace saltar la alarma en el cerebro, lo cual activa los ejes del estrés. Se producen adrenalina, cortisol y glucagón, que permiten la formación de glucosa a partir de aminoácidos. Los BCAA se descomponen, cuando son de gran importancia para el tejido muscular y para las inmunoglobulinas IgA, IgM e IgG. El sistema inmune se debilita en toda su extensión.
El sistema defensivo comienza en las barreras corporales: la piel, el tubo digestivo, los pulmones, la nariz y los ojos, todos ellos son capaces de repeler a los patógenos. Pero si uno consigue infiltrarse, lo primero que se activa es el sistema inmune innato, y después lo hace el adquirido. Cuando el intestino es permeable, la barrera corporal está rota, provocando la activación del sistema inmune y, en consecuencia, una inflamación de bajo grado. Un sistema inmune activado cuesta una cantidad enorme de energía: un solo grado de fiebre cuesta unas 250 kcal cada 24 horas.
La inflamación de bajo grado se puede reconocer por el cansancio excesivo. Se evitan el ejercicio y los contactos sociales, baja la libido, se altera el apetito y aparece una mayor sensibilidad al dolor. Además, puede cambiar la composición corporal: con frecuencia se detecta atrofia muscular y aumento del almacenamiento de grasa. Pero el tratamiento de la inflamación de bajo grado es relativamente sencillo, siempre y cuando su cliente tenga energía para llevarlo a cabo, claro está. Un funcionamiento sano del intestino, que puede ponerse en marcha con L-glutamina, prebióticos y probióticos, en combinación con suficiente ejercicio al aire libre, hacen que el sistema inmune funcione mucho mejor.
Un estresor activa el mecanismo de lucha o huida (sistema nervioso simpático). El cuerpo fabrica noradrenalina. La digestión se detiene, no tiene la prioridad. Para la energía, se saca glucógeno del hígado. NF-kB, COX 1,2 y TNFα se alteran y, en consecuencia, hay peligro de inflamación. Además, el estrés hace que se produzca adrenalina, lo cual estimula la (indeseable) combustión anaeróbica de los hidratos de carbono.
La reacción del eje HHA es una respuesta más lenta a una situación de estrés. Se produce cortisol como reacción a la noradrenalina, que regula dicha reacción y tiene un efecto antiinflamatorio. Sin embargo, cuando se prolonga la presencia de estresores, el cortisol baja por agotamiento de las glándulas suprarrenales.
La falta de energía produce apatía y cansancio, incluso después del descanso nocturno. Paradójicamente, puede haber problemas de sueño. Por tanto, se recomienda administrar una mayor dosis de magnesio, un cofactor importante en la formación de ATP. Esto dará ese toque extra de energía para poder volver a descansar bien.
Hay que reparar la relación entre carga y capacidad de carga.
Cuando se tiene poco tejido muscular, las mitocondrias están menos activas. Como es obvio, esto trae consecuencias para la producción de energía. Realizar suficiente ejercicio es importante para el buen funcionamiento de las mitocondrias.
Además, hay ciertos componentes de la comida que son esenciales para que las mitocondrias trabajen bien. Sobre todo hacen falta vitaminas del complejo B, magnesio, cinc, hierro, fosfato de creatina, coenzima Q10 y L-carnitina. La vitamina K no solo confiere fuerza a los huesos y elasticidad a los vasos sanguíneos: los estudios han demostrado que mejora la sensibilidad a la insulina. Por consiguiente, una buena alimentación es importante para combatir la fatiga. Es fundamental evitar los hidratos de carbono refinados, tal como se ha explicado.
Además, se puede incrementar la capacidad de carga haciendo ejercicio relajado, escuchando música, durmiendo y aprendiendo. La música puede contribuir a la regeneración y a la sensación de relajación e inspiración, mientras que, durante el sueño, el sistema linfático vacía la cabeza (literalmente) de sustancias de desecho.
Lo que es importante ante un cansancio excesivo es no perder de vista que se trata de un síntoma. No trate el síntoma, eso sería intentar llenar un saco roto. Es importante averiguar la causa del problema.