Se sabe de hace tiempo que el estrés psicosocial prolongado provoca, entre otros, enfermedades crónicas como las cardiovasculares. Un paso intermedio es la formación de inflamación de bajo grado, que favorece la aparición de otras patologías, según se ha visto hace poco.
Los seres humanos estamos hechos para poder reaccionar pronto y bien al peligro agudo. Esta reacción de estrés proviene ya de la prehistoria, cuando, por ejemplo, debíamos poder huir rápidamente si nos encontrábamos cara a cara con u depredador: la clásica reacción de lucha o huida. Explicado brevemente, la adrenalina del SNS envía energía a los músculos, mientras que el cortisol del eje HHA se ocupa de que la reacción de estrés transcurra bien y termine en cuanto haya desaparecido el peligro.
Para una reacción de estrés aguda estamos preparados desde la prehistoria, pero no para el estrés que no desaparece, es decir, el estrés crónico, que nuestro cuerpo experimenta también como peligro. Este estrés continuo, más latente, puede proceder no solo de un menú con muchos azúcares o por falta de ejercicio físico, sino también por estrés psicosocial prolongado.
Un reciente estudio ha demostrado que las personas que se compadecen poco de sí mismas, son depresivas o tienen baja autoestima, a menudo también padecen una inflamación crónica sistémica de bajo grado [1] [2] [3]. Otro estudio ha revelado que las personas que se encuentran en un peldaño bajo de la escala social son cada vez más propensas a tener una reacción inflamatoria cuando son expuestas a estrés repetidamente [4].
¿Qué ocurre durante una reacción de estrés? Para empezar, las barreras (uniones estrechas) de la pared intestinal se abren para que haya mayor disponibilidad de glucosa, sodio y agua: los ingredientes necesarios para tener energía suficiente y, por tanto, una satisfactoria reacción de lucha o huida ante el estrés. Si la pared intestinal se abre por un corto periodo, esto no es ningún problema. Sin embargo, cuando hay estrés psicosocial prolongado, las uniones estrechas permanecen abiertas demasiado tiempo, y con la glucosa, el sodio y el agua penetran toda clase de sustancias indeseadas.
Además, nuestro sistema inmune siempre está mirando cuando algo entra por la pared intestinal. Aquí también se trata de una reacción "antigua" porque, al contrario que ahora, antes la comida podía estar llena de peligrosos virus y bacterias. Normalmente, las células inmunes de la barrera intestinal pueden desactivar a los intrusos indeseados fagocitándolos. Pero en caso de estrés prolongado, esta primera línea de defensa falla, lo que hace que lleguen a la sangre sustancias peligrosas, lo cual se conoce como endotoxemia.
A continuación, esta endotoxemia activa de forma permanente el sistema inmune innato en el torrente sanguíneo: una inflamación de bajo grado. Esta a su vez favorece la aparición de enfermedades crónicas (como las cardiovasculares), porque el sistema inmune cuesta demasiada energía y se descuidan los demás órganos, tejidos y sistemas. Por ello es importante abordar las causas del estrés psicosocial para solucionar la inflamación de bajo grado.
[2] https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0149763409002097
[3] https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0278584610003465